Esta casa es una rutina, es una ruina.

Había una voz dulce y serena que me hablaba al oído. Me tranquilizaba. Su nombre era Rutina. Pero que mísera y desgraciada eres tu, Rutina, eres una ruina. Ella había llegado a mi casa y se instaló como si nada. Dormía conmigo todas las noches, a la misma hora. Comía conmigo siempre el mismo platillo. Te llegué a amar, lo he de confesar. Peor era nada, se podría pensar. Eras mía, yo era tuyo. Me fascinabas, te sentía en la piel, en el alma. Me llagabas hasta el fondo y me dabas orgasmos monumentales, luego me hacías sentir mal. Te ibas y te celaba, llegabas y no esperaba para tratar de deshacerme de ti... difícil, casi imposible.

Hoy te despido con gusto. Te dejo ir y te obligo a no regresar. Me exaspero y me empujo a dormir a la hora en la que nunca dormí, en una cama extraña. Comer algo raro y novedoso, quizás agregue una copa de vino blanco. Tomar un camino en el que sé que no te encontraré linda, no te veré más. Me voy, te vas. ¿Regresaras? ¿Regresaré?
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