Esto de la burocracia empieza desde la limpieza

Desde ayer que nos cambiaron a la señora que nos ayuda con la limpieza en la oficina. Es un desastre porque la señora es burocrática como el resto de la burocracia (iba a decir “como ella sola” pero ella no está sola en la burocracia). En fin, el punto es que llega y en vez de dedicarse a hacer su trabajo (como dios manda, pero además como hacia la señora pasada) pues se pone 1) a charlar con uno, ello no me molesta pero un atento saludo y quizás dos o tres líneas están bien, no necesito todo el rollo de interés de si tengo mucho trabajo o no – ¡sí tengo mucho y necesito hacerlo!; 2) te corre de la oficina para aspirar, la conversación va así:

Señora: Disculpe joven, lo puedo molestar para aspirar.
Joven: Muchas gracias señora pero en realidad no está tan sucio, aspiraron ayer y tengo mucho trabajo.
Señora: ¿Se puede salir para que aspire?
Joven: ¡Ash! Gracias señora (y sonríe amablemente y con frustración)

El joven (osease sho) decide ir a tomarse un café y saludar al resto de la oficina (ceremonia que normalmente evado porque no me gusta ser una persona social y prefiero ponerme a trabajar). En fin, después de toda la procesión y perolata, me entero en la oficina de alguien más que están llegando mil correos por minuto, yo, que de por sí ya tenía bastantes en la bandeja, decido regresar raudo y veloz antes de que se acumulen más. Todo fantástico, la oficina a mi parecer resplandece de limpia y me arrepiento de haberme quejado tanto y no dejar a la señora hacer su trabajo (aunque ella tampoco me dejara a mi hacer el mío).

Entonces, después de quince minutos de trabajo, llega mi tercer punto: 3) Regresa la señora pero ahora “a pasar el trapo”. Intento no poner mucha atención y sigo trabajando en lo que ella va moviendo los papeles de mi escritorio y va revolviendo todo mi meticuloso orden universal de las cosas (¿existe un orden universal?). Finalmente, la señora me ve a los ojos (caí en el fatal error de verle la cara cuando tenía que seguir viendo el monitor y trabajar) y me dice, “bueno, sí está limpió ahí en donde usted está ¿verdad?” Como diciendo, no se va a quitar de su lugar, ¿cierto? “Sí, creo que no está mal señora”, fue mi contestación. Me sonríe y se va.

Todo esto me recuerda sin duda dos cosas: a) ¿Seguiré estando de acuerdo con la idea de burocracia que nos presenta Weber? ¿Será que existe la burocracia con un fin de estructura y después existe lo que simplemente es ridículo, un paso más allá? y; b) ¿Estoy siendo simplemente demasiado crítico? ¿Hay una necesidad de pensar en esto? ¿Qué pasó con el ideal del ser humano como ser social que debe convivir con los demás? ¿Qué no tenía tanto trabajo que me pongo a escribir esto en vez?

Hay momento y momentos, y a mí me choca que me interrumpan cuando tengo mucho que hacer. ¿Conclusión?

¿Qué tal la bomba de antier?

Inmediatamente después de lo sucedido, mi amiga K. me llamó para preguntarme si estaba bien. Yo no entendía bien a bien qué es lo que había pasado. Después de terminar la llamada, comenzaron a sonar todas las Blackberry de la mesa. Al parecer yo no había entendido la trascendencia de lo sucedido. No me podía creer que en pleno Distrito Federal, pues la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal se encuentra en mera Zona Rosa, hubiera una bomba.

Un reflejo de la incapacidad e ineptitud tanto de nuestro gobierno como de lo que sucede en este país, en general, es que el atentado falló. Es decir, que bueno que falló, pero ¿es que no llegamos ni a la posibilidad de que al menos eso salga bien en México? La escena era la del mismo coyote persiguiendo al correcaminos: la bomba le estalló en las manos y el correcaminos siguió como si nada… beep, beep.

Estoy escribiendo

Siempre me pasa que cuando más tengo que escribir, me siento y no me ocurre nada. Entonces, me distraigo en cosas del diario esperando a que llegue el momento adecuado para poder escribir. Espero pacientemente, o a veces no tanto, el momento en el que la gracia divina me ilumine y me diga qué es lo que debo escribir. Hoy por ejemplo, teniendo más de 50 cuartillas que escribir de temas relacionados a las industrias culturales, teniendo una ponencia que pensar y varios libros que resumir, me puse a cortarme las uñas de los pies. Son una excusa perfecta pues como para mi siempre han sido un menester complicado, me tardo más. Ya cuando termino, me duele la espalda de estar encorvado así que tengo que pasar a una actividad más dinámica que me permita relajarme un poco. Entonces, me paso a la cocina y veo que hay de nuevo por ahí. ¿De nuevo? ¡Nada! Si acaso hay harto viejo y por supuesto, menos cosas que la última vez que estuve ahí. Me encanta cocinar pero soy torpe en mantener al día lo que hay en la alacena. También soy tardo en utilizar los deliciosos ingredientes que hecho a mi carrito cuando voy al súper, pues cuando ya los quiero usar ya están pasados, caducos o algo vive en ellos. Entonces me acuerdo por qué no estudié para chef, aunque me guste mucho cocinar. Decido finalmente regresar a la computadora y ponerme a escribir. Ya han pasado, claro está, un par de horas y entonces me veo más presionado para cumplir con la labor en la agenda. Trabajo contra reloj. Creo que me gusta más así, me gusta estar presionado para no tener tiempo de pensar las cosas dos veces.

Cambios estables

Llevo, como les decía, poco tiempo en la nueva ubicación y ya me siento renovado. Los cambios me vienen bien, siempre lo he creído. A mis amigos que se preocupan, les suelo decir que todo cambio es bueno. De hecho, no estoy muy seguro cuándo, pero en algún momento me volví adicto a los cambios. Comencé la loca rutina que muchos de mis coleas seguimos: cambiarnos de país cada año, cambiar de organizaciones, cambiar de escuelas, cambiar de amigos, cambias el color del pelo y el peinado, cambiar la forma de vestir y lo qué comer, hombre, a veces hasta cambiar la religión y el idioma en el que nos expresamos. El goce que obtengo de los cambios me hizo volverme adicto a ellos. Después, al final, uno se da cuenta de que el que mucho cambia en realidad se queda igual. Que el que busca dejarlo todo al final carga con bagaje hasta el nuevo destino.

Me volví un experto en ser desinteresado y pragmático. Contrario a los que mis modelos de vida me enseñaron con su ejemplo, suelo ser frio y definitivo. Si pongo mi mente en algo, no paro hasta conseguirlo; soy persistente y obstinado. Por el otro lado, no temo cortar relaciones, olvidarme de los lujos que me gustan si ello representa un acercamiento a mi meta. A mi parecer, el fin sí justifica los medios. Aprendí a ser desinteresado de los medios con el objetivo de llegar a mi visión de mi mismo.

Resulta, como venía diciendo, que la vida da vuelta y cierra ciclos continuamente. Desde hace dos meses que veo irse cerrando un nuevo ciclo en mi vida. ¡Finalmente! Platicaba justamente con O. lo deseoso de llegar a estos puntos de mi vida. Adoro cerrar un ciclo por los cambios que representa.

Hoy, el cambio para mí se va perfilando por llegar a ser de lo que tanto tiempo huí: alguien estable. Tengo aún mucho ímpetu por correr por amplias estepas, conquistar nuevos territorios, escalar nuevas cimas. Empero, lo hago desde una serenidad interior que antes no había encontrado. Tranquilo de estar en mi ser. Feliz viaje a C., le deseamos lo mejor.

¡Me encanta mi nueva ubicación!

Estoy de regreso en modo de escritor. En realidad han pasado muchas cosas pero no quiero reflexionar en torno a ninguna de ellas. Sin embargo, hay un cambio fundamental en mi ambiente y por eso es que retorno con ustedes: moví el escritorio.

Tengo dos viejos escritorios que me han acompañado en las buenas y en las malas desde hace más de cinco años. En ellos he hecho de todo. He por ejemplo trabajado, jugado, dormido, ideado, desesperado, gritado, cantado, escuchado, comunicado, dibujado, leído, pensado y pendejeado. Los formatos en los que han sido acomodados los escritorios han variado a lo largo de los años, así como los espacios que les han sido adecuados.

Hoy moví el escritorio principal (en donde está la computadora) a ver por la ventana. El motivo principal fue que tengo mucho (pero mucho) que escribir en las próximas dos semanas y parecer ser que pasaré bastante horas aquí sentado con mi buen escritorio. Entonces, decidí que si al menos podía ver por la ventana como se iba el día en lo que yo escribía y escribía, pues al menos tendría una mejor fuente de inspiración, así como una conexión con el mundo exterior.

Desde aquí, en la escasa hora que lleva la ubicación estratégica, he visto ya dos helicópteros volar frente a mí, varios aviones, un grupo de palomas blancas y grisáceas, al vecino de dos calles adelante meter la ropa de la azotea y el movimiento de los árboles de la calle de enfrente dado el viento. Además, cada vez que estoy pensando en el siguiente set de palabras que acontecerán en mi documento del editor de textos, tengo la oportunidad de voltear a ver el cielo y reflexionar un poco.

¡Me encanta mi nueva ubicación! Esperemos que eso me de un poco de paciencia y profundidad para lograr redactar todo lo que tengo que decir y hacer… entonces sabremos si los movimientos fueron productivos y si en realidad el espacio en el que uno se desenvuelve, así como la visión que uno tiene, modifican la calidad de nuestra productividad. ¡Todo un experimento de comportamiento socio-psicológico! Estoy emocionado…

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