Llevo, como les decía, poco tiempo en la nueva ubicación y ya me siento renovado. Los cambios me vienen bien, siempre lo he creído. A mis amigos que se preocupan, les suelo decir que todo cambio es bueno. De hecho, no estoy muy seguro cuándo, pero en algún momento me volví adicto a los cambios. Comencé la loca rutina que muchos de mis coleas seguimos: cambiarnos de país cada año, cambiar de organizaciones, cambiar de escuelas, cambiar de amigos, cambias el color del pelo y el peinado, cambiar la forma de vestir y lo qué comer, hombre, a veces hasta cambiar la religión y el idioma en el que nos expresamos. El goce que obtengo de los cambios me hizo volverme adicto a ellos. Después, al final, uno se da cuenta de que el que mucho cambia en realidad se queda igual. Que el que busca dejarlo todo al final carga con bagaje hasta el nuevo destino.
Me volví un experto en ser desinteresado y pragmático. Contrario a los que mis modelos de vida me enseñaron con su ejemplo, suelo ser frio y definitivo. Si pongo mi mente en algo, no paro hasta conseguirlo; soy persistente y obstinado. Por el otro lado, no temo cortar relaciones, olvidarme de los lujos que me gustan si ello representa un acercamiento a mi meta. A mi parecer, el fin sí justifica los medios. Aprendí a ser desinteresado de los medios con el objetivo de llegar a mi visión de mi mismo.
Resulta, como venía diciendo, que la vida da vuelta y cierra ciclos continuamente. Desde hace dos meses que veo irse cerrando un nuevo ciclo en mi vida. ¡Finalmente! Platicaba justamente con O. lo deseoso de llegar a estos puntos de mi vida. Adoro cerrar un ciclo por los cambios que representa.
Hoy, el cambio para mí se va perfilando por llegar a ser de lo que tanto tiempo huí: alguien estable. Tengo aún mucho ímpetu por correr por amplias estepas, conquistar nuevos territorios, escalar nuevas cimas. Empero, lo hago desde una serenidad interior que antes no había encontrado. Tranquilo de estar en mi ser. Feliz viaje a C., le deseamos lo mejor.
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