Tengo alguna clase de "suerte" con las cucarachas. Yo creo que en alguna vida pasada fui una yo mismo. Claro considero que mi obsesión con el orden y la limpieza se relacionan con ello. Y con el largo trecho que he andado desde entonces, naturalmente. Todo esto para decir que a las cucarachas les atraigo. Casi nunca me agarran desprevenido porque les tengo buen ojo y las miro apenas alzan una antenita. Anoche descubrí, por ejemplo, una en el vagón del tren en el que dormiría, apenas cuando nos subimos. Salió corriendo para el otro lado. Era un verdadero vagabundo-cucaracha. Se perdió en la obscuridad del pasillo del tren.
Hoy en la mañana descubrí una linda familia nuclear en mi mochila (papá, mamá e hijo-cucaracha). Nunca he sabido en realidad como se reproducen las cucarachas, será por huevos. Es también uno de los pocos programas de Animal Planet que nunca he visto siquiera anunciado: "El secreto mundo de las cucarachas de tren", se llamaría el programa.
En el vagón por la mañana corrí a papá-cucaracha con la tapa de mi pluma y salió disparado. A mamá-cucaracha la aventé con el rollo de papel de baño que venía en mi mochila (mi último rollo) y contra el suelo fue a dar, donde mi mamá, irónicamente, la pisó. Al hijo-cucaracha lo encontré paseando por mi desayuno (un paquete de galletas afortunadamente cerradas herméticamente). Lo tiré abajo del sillón en donde seguramente se encontraría con papá-cucaracha y lloraría la muerte de mamá-cucaracha. Y el vagabundo-cucaracha de ayer en la noche se acercaría por misericordia o un poco de pena tal vez. Me senté escéptico de que aparecieran por ahí, de que estuvieran con ánimo de verme después de que pasamos una noche descansando tan afablemente.
Como decía, por eso de que en algún momento compartimos genes en el pasado, pues les atraigo, las huelo y miro ipso facto y me veo imposibilitado a matarlas. Siempre que estoy por hacerlo, pienso en el Kharma que estoy por ganarme. Sin duda recuerdo al escarabajo de Kafka y pienso en sus frustraciones de incomprensión, su naturaleza de desecho y suciedad, su tristeza y pesimismo por la vida, por saberse indeseable y detestable. Por traer el mal a sus queridos y familiares, pues. Las tengo que dejar entonces esconderse en alguna esquina obscura desde donde se que me están observando agradecidas por concederles más horas, días con suerte, de vida.
Yo sabía que les encantaría ver la poética hermosura que la ventana del tren ofrece. Era ello de mi conocimiento no por las razones previas, sino porque viene natural. Porque es evidente que todo ser vivo, sin excepción alguna, debe sentir un palpitar especial al asomarse por la ventana de un tren en movimiento.
Por eso las esperé pacientemente con mi trampa. Un vasito de cartón, ex-contenedor de un delicioso tchai de 5 rupias para despertar. Subió la primera. Le reconocí inmediatamente pues era el vagabundo de anoche. Le atrape con el vasito y lo avente al suelo del pasillo. Ahí esperé que muriera por arte de magia pues no tuve el valor de pisarle con mis converse sucios y mal olientes. Aquí la ironía y no la curiosidad hubiese matado al gato. Se fue al cuarto del vecino de enfrente, quien estaba desayunando. Supongo que lo acompañó y siguió con su existencia de vagar. Un estilo de vida mal comprendido.
Minutos después salió papá-cucaracha por el mismo camino diseñado por el vagabundo explorador. Le atrapé una vez más con el vasito y le aventé al pasillo. También una vez más le dejé correr libremente. Se metió con el niño de dos camas más abajo.
Finalmente salió hijo cucaracha. Repetí el procedimiento estratégicamente implementado en los dos casos anteriores. En el pasillo su error fue no correr con el vecino, como habían hecho sus antecesores, sino haberse degustado de mi compañía y aprovechar mi corazón falto de valor para con este bicho en particular. Corrió en mi dirección a lo que tuve que contestar con una gentil pisada. Me mordí el labio inferior con los dientes y volteé a ver por la ventana del tren. Cuando volví la mirada hacia el cadáver, el lugar de los hechos no era el mismo. Hijo-cucaracha había cambiado de lugar por apenas unos centímetros. Mi perfeccionismo me permitió notarlo fácilmente. Me le quedé viendo fijamente hasta que le vi moverse lentamente y correr hacia con el vecino.
A pesar de toda la culpa moral que me había causado, se levantaba de entre los muertos. Le observe detenidamente. Me miró alzando sus antenitas. Cambió su decisión y volvió a correr hacia mí. Pensó que me daría una segunda oportunidad y confiaría en mí. Le tuve que fallar con toda la presión social que se ejerció sobre mis hombros, con la mirada del vecino que observaba mi actuar. Le pisé nuevamente. Se siguió moviendo. La determinación no fue la suficiente.
En el pasillo apareció el vende tchai/café que gritaba para coadyuvar su venta matutina. También resultaba en confusión para los actores en escena. La presión por tomar una decisión me hizo actuar impulsiva y eficazmente. Con el talón pisé de manera definitiva, fulminante.
0 comments:
Post a Comment