Después de atender el quinto festival de cine de Morelia, tuve una semana horrible. Tuve la inteligente gracia de olvidar el cable de mi computadora en el viaje y pasé la semana entera desconectado del mundo de las tecnologías de la comunicación. A posta de ello –el mundo de la tecnología de la comunicación- y de mi lectura del libro Teoría y análisis de la cultura de Gilberto Giménez Montiel, me he visto debatiendo conmigo mismo con respecto a la identidad.
Sin embargo, aún más importante para mí que la identidad individual, es la identidad colectiva. El cómo construimos las identidades colectivas y qué es lo que sacamos de ellas es para mí interesante, en lo particular cuando se relaciona con las nuevas identidades colectivas que se conforman día con día en las distintas regiones del planeta. Es así como paso de una discusión que pudiera ser de la psicología social, de la sociología o de la antropología misma a un tema sobremanera relevante para las relaciones internacionales.
Las comunidades migrantes, dice Michel Bassand en su libro Cultura y regiones de Europa, son los elementos claves de la recomposición identitaria de una región y por ende de la cultura que dicho grupo construye. Así pues, los emigrantes temporales son quienes “poseen la distancia crítica que permite elaborar una imagen de uno mismo, son ellos los que están situados en el centro de la confrontación entre dos tipos de vida. Si la emigración puede ser el momento de un conflicto de identidad, permite volver a poner en duda la identidad cultural autóctona en lo que tiene de paralizante, y rellenarla de rol crítico” (P. Ceblivres, Identité regionale. Approache ethnologique, Suisse Romande et Tessine).
Es así que “la identidad regional es la imagen que los individuos y los grupos de una región moldean en sus relaciones con otras regiones” dice Bassand; ergo es de importancia para las relaciones internaciones, ¿no?
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