Por qué no soy escritor (II)

continuación.
...sin embargo, pronto comprendí que mi papel en el mundo era otro.

Cuando apenas tenía un escaso año de vida, Mater me llevó con ella a vivir a Mochicahui. Después de hartas horas de viaje, llegamos a nuestro destino; a nuestro nuevo hogar. Ahí, yo vivía con una señora que me cuidaba mientras Mater se iba a trabajar. La señora, de quien desgraciadamente no tengo recuerdo alguno, tenía dos hijos. Con los dos hijos yo jugaba y estaba mientras ella investigaba y aprendía de nuestro entorno. Yo también estaba aprendiendo de mi contexto.

En Mochicahui había también un ser mágico, un maestro. Era un danzante del venado brujo; hechicero de la naturaleza. Él recogía capullos y los ponía en un canasto que después tapaba. Llegada la primavera, abría el canasto y de él salían mariposas volando. Era una primavera de hojas voladoras y pétalos flotantes. Los colores daban vida a los aires que corrían por el poblado; yo sonreía y me maravillaba. Mientras que los capullos quedaban en la canasta para menesteres que nunca logré entender, aunque pude imaginar, algo más quedó en mi. Desde pequeño aprendí que en cualquier punto de nuestras estaciones uno puede volar. Lo único necesario para que el encantamiento surta efecto es que estemos abiertos de mente y de corazón.

Cuando tenemos el corazón abierto al viento, todo llega y todo se va. No nos cuesta trabajo desprendernos de las cosas ni los demás seres porque comprendemos que en el soplo de vida que se nos otorga todos somos uno y podemos cautivar el tiempo y el espacio. Así pues, no es necesario aferrarse a las cosas ni a las personas pues ellas son libres como lo somos nosotros mismos y como es nuestra alma en su total pureza. La posesión es por ello algo que vinimos aprendiendo conforme crecimos en una sociedad atemorizada de lo que no puede comprender. Al tener el corazón abierto, aceptamos la luz y la obscuridad que cohabitan en nuestra alma. Esencia que se encuentra siempre en lucha pero que al aceptar nuestros temores, fortalezas, miedos y goces nos permite ser, soñar, imaginar y convertir en realidad lo que deseamos

En el momento en el que podemos soñar nuestras dudas, podemos aceptarlas e invitarlas a vivir con nosotros. En realidad, es por eso que todo es trascendente en nuestro tiempo-espacio menos el aprendizaje que acumulamos a través de dicho universo. Este último es un cúmulo de experiencia que heredamos de nuestros antepasados, de nuestras trayectorias y de nuestros sentimientos y sentidos. Desde siempre he sabido seguir mis instintos a pesar del miedo que pueda ocasionar lo incierto y desconocido.

A mis veintidós años he logrado crecer hasta un punto que jamás antes imaginé. Supongo que suena incoherente decir que nuestra utopía personal es realizable cuando la imaginamos y agregar que yo nunca lo soñé. Empero, ese es el detalle que me maravilla –aunque no lo logre aún comprender- de la vida; hay sorpresas. Por ello, la vida sólo tiene sentido en tanto que no perdamos la capacidad de sorprendernos y maravillarnos de lo que conocemos. Es decir, la cabida que demos a desconocer lo que ya comprendemos e incluir en nuestras vidas lo que nos es ajeno.

Sabiendo que el bien y el mal, los ángeles y los demonios y la salud y la enfermedad existen todos dentro de nosotros mismos. Comprendiendo que la imaginación tiene sólo sentido cuando buscamos vivirla y no por el contrario huir de la realidad. Meditando con respecto a lo que somos y lo que representamos para el universo. Es esta la forma que nos permite ser nosotros mismos y poder explotar la infinidad de posibilidades que existen adentro y afuera de nosotros. Nuestro mundo, después de todo, es lo que hacemos de él y lo que proponemos al de los demás.

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