Por qué no soy escritor (I)

Se me ha sugerido en el pasado que debería escribir todas mis memorias, pues dicen que tengo suficiente anécdotas interesantes que contar. También se me ha dicho que la explicación única –línea central de este blog- es la de servir como diario a su autor y confidente. No sé si estoy de acuerdo con alguna de las dos aseveraciones anteriores. Tampoco me creo preparado a refutarlas con buena argumentación.

¿Y si me da Alzheimer el próximo año? ¿Qué pasaría si cuando tengo el interés de escribir mis memorias mis recuerdos fueran ya más borrosos de lo que son cuando uno ve al pasado? ¿Y si nunca puedo recordar mi versión de las cosas?

A la corta edad de 12 años recuerdo que obtuve mi primer ordenador. La cajita color beige tenía únicamente una salida para conectar a la luz, enchufar el mouse y el teclado. También tenía entrada para un disco de 3½. Entre el software que poseía el extraño ser que habitaba mi cuarto, se encontraba únicamente una versión rudimentaria de editor de textos, un solitario y un pin-ball en el cual pasaba horas jugando a pegarle pa todos lados sin estrategia fija. El aparato era Macintosh.

Después, yo de algún lugar conseguí una donación de 20 discos y una caja con llave que organizaba dichos pedazos de información.

¿Y qué iba a hacer un niño de la edad con eso sino llenarlo de información? Entonces, cuando corroboré que el pin-ball podía llegar a desesperar a cualquiera y hacer parecer el tiempo aún más aburrido que sin él, decidí jugar al editor de textos. Comencé con la idea de redactar mi versión de la historia universal. Es decir, yo a tierna edad tenía el ideal de explicar por qué el hombre había llego a América, cómo se había esparcido por el continente y cómo habían surgido las distintas culturas que en dicho espacio geográfico se conocen. Yo les iba a contar todo…

continuará...

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