X BARRA

Xochitl, la hermosa flor, anuncia que la primavera ya se encuentra cerca; yo me entusiasmo. Ya están haciendo experimentos públicos en México para eso de la biotecnología, ayer vi unos maíces que tenían, a según, más proteínas, eran más jugosos, más sabrosos y más grandes. También ayer me enteré que Starbucks México ha lanzado un programa de educación en conjunto con SEDESOL para las zonas cafetaleras en Chiapas. Por mucho que esto me entusiasma y me hace pensar que quizás el mundo tiene salvación, después caigo en la realidad y entiendo que hay tanto más que dichas compañías podrían hacer. Un precio justo, por principio, sería un buen lugar para empezar. Los campesinos mexicanos siguen sufriendo de la “ayuda” de intermediarios que hacen que al final del día, ellos solo obtengan el 5% de la ganancia total de un producto (en este caso el café).

La Secretaría de Economía anunció ayer que somos el 13vo país en el que más inversión extranjera hay, el problema es que poco de ese capital llega a donde debería, y aún más, que México desde hace años le ha apostado a pocas ventajas competitivas. La mano de obra, como por todos es bien sabido, está siendo lentamente desplazada por los mercados asiáticos; y nosotros, ¿a qué le apostamos ahora?

Tengo un par de amigos que están estudiando biotecnología, tecnología de alimentos o química. Ellos aseguran que los transgénicos representan un alivio para la humanidad pues con tantos chinos ya no hay manera de que podamos alimentar a todos; con dicha tecnología lo podremos hacer ¡y no hablar de las zonas desérticas habitadas de África! Sin embargo, yo creo que México está lejos de mundos tan civilizados y funcionales. Ocho de cada 10 estudiantes universitarios terminan trabajando en posiciones no relacionadas, para nada, con lo que estudiaron. El presupuesto para investigación es ínfimo. Entonces, ¿cómo podremos hacer que los transgénicos y las nuevas tecnologías sean útiles para nuestro país si no tenemos sino a pocos investigadores que puedan progresar en el asunto? ¿Tenemos entonces que importar dicha tecnología y clavarnos eternamente en comprar conocimientos extranjeros?

Siempre me he preguntado por qué son tan pocos los campesinos que le apuestan a las ventajas comparativas, a la especialización de los productos. Ayer, mientras comía en la esquina verde, lo entendí. ¿Cómo puede el campesino promedio apostarle a eso si el mismo gobierno no lo apoya? Los organismos no gubernamentales que se interesan en el tema no generan el suficiente movimiento, en mi opinión, como para lograr un cambio nacional.

Ahora que está de moda el asunto de los productos orgánicos y los transgénicos, por qué no apostarle a ambos. Invertir en nuevas tecnologías para alimentar a las masas y mantener especialización de productos orgánicos para las clases privilegiadas del país y del exterior que después de todo, se pueden dar el lujo de comprar dichos productos. El ad valorem de los alimentos será entonces el ser orgánicos y eso constata un precio del cual la agricultura mexicana podría subsistir y la investigación también.

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