Lei e io

Fue un fin de semana interesante e interactivo el que recien termina. Se me fue, como siempre, como agua entre los dedos; pero tengo que confesar que me divertí como hace tiempo que no hacía y descansé bastante. En el cinematógrafo, terminé de ver la trilogía fantástica del cine mexicano actual (Del Toro, Iñarritu y Cuarón). En la radio, ni la escuché, pero mis oídos se deleitaron con una fiesta de jazz mitotero y un concierto de guitarra flamenca. La boca se extendió diciendo algunas bobadas de más, pero también pergeñando e ilustrando ideas, pensando en sueños y dejando a la verba hacer lo suyo. Mis manos de divirtieron bastante. Dibujé algunas sonrisas y me sentí, tomé en serio a mi cuerpo como hace tiempo no hacía. Comí bien, como mis tiroides dictan. Bailé un poco; otra vez, un poco en la fiesta mitotera del medio siglo de mi padre, y otro poco en las plazas, en los parques, en la soledad. Me encuentro contento, satisfecho, lleno de alegría y entusiasmo. En contacto conmigo mismo y con mis seres queridos. Mis dedos se emocionan al conectarse con mi cerebro. Y es que yo, en divergencia de lo que algunas piensan, creo que es sano y bueno simplemente escribir, dejar mis sentimientos y observaciones salir tal cual debieron se contadas, pues así fueron pensadas. Hay algo que heredé de generaciones de antaño y ello es a no tener pelos en la lengua, y en ese caso, tampoco en los dedos. Me siento seguro y estable con lo que soy y con lo que quiero ser, no me da miedo expresarme ni luchar por lo que creo; entonces pues, ¿por qué ocultar mis sentimientos, mi forma de ser o de percibir al mundo?

Este fin de semana recordé porque es que no soy católico. Tuvimos una charla varios amigos y un padre, pues queríamos informarnos del discurso de la iglesia en cuanto a educación sexual. ¡Vaya! ahora todo resulta tan comprensible, y pensar que nos preguntamos por qué el mundo está tan jodido como hoy.

Es rara la forma en la que funciona la zoociedad y la forma en la que envidian y gozan del dolor ajeno, del chisme, y de lo que no es de cada quien. Resulta ser que es probable que ello sea, en el fondo, la causa de la guerra. Durante mi estancia en Costa Rica hace un par de semanas, pensé continuamente que la guerra no es en su origen sino defender el pensamiento y el espacio de cada quien. Durante algunos días entendí que es justificable que cada quien se imponga ante la otredad, que es imposible mantener todo ceteris paribus y quedarnos inmóviles. Hay que accionar y, ya que a cada acción corresponde una reacción, pues algunas reacciones son la guerra. Después comprendí que quizás es sólo que el ser humano es malo por naturaleza y que tal vez sea cuestión de ying & yang, de karma & darma y de una ineludible y casi inconciente fijación por joder al prójimo... no sé. Tengo, después de todo, un par de días (horas, más bien) para llegar a una conclusión parcial, pues tendré que estipularlo en un ensayo que si se deja, llevará algo de teoría.

Una sociedad se embrutece más
con el empleo habitual de los castigos
que con la repetición de los delitos.
Oscar Wilde

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