“Es difícil explicarse sin explicar lo difícil que es explicar”

Ni modo, tarde o temprano tenemos que afrontar nuestros miedos y nuestros demonios. Después de que uno se da cuenta de que en realidad nuestro sufrimiento no es tanto, perdemos el miedo a lo que pensamos que nos puede destruir. Lo que importa no es si sentimos que quizás hemos crecido a ser mejores personas. En realidad, lo que vale es que nos explicamos a nosotros mismos por qué pensamos de cierta manera o por qué caemos en patrones que consciente o inconscientemente habíamos/hemos emprendido y adoptado.

En las últimas semanas me he dedicado a educarme a mí mismo. Es decir, he pasado del conocer una cultura distinta y un modus vivendi que me es ajeno, a cuestionar mi forma de ser. En efecto, la identidad es lo que construimos en oposición a lo que no consideramos ser parte de nosotros. Así pues, construimos lo que somos basados en lo que podemos definir que no somos. En un grupo de ambos géneros en los que hay puros estudiantes y un trabajador, el trabajador se definirá como un hombre que no es estudiante. El mismo trabajador rodeado por puras mujeres trabajadoras se definirá como hombre trabajador. De igual forma, el conocer una cultura distinta a la nuestra nos aleja de todo prejuicio (siempre y cuando mantengamos nuestra mente abierta, de lo contrario caeremos en xenofobias, racismos y otros tipos de discriminación) y nos acerca a demandarnos explicaciones a nuestra propia forma de ser y de sentir; nuestra forma de comportarnos.

Al iniciar un nuevo episodio de mi vida en el que lentamente voy cerrando un capítulo que veo concluido y un ciclo que llega a su fin, me veo con la intención y gana de explicarme a mí mismo lo que me es difícil explicar a los demás. Para generar un buen resultado hace falta que racionalicemos nuestros pensamientos y sentimientos y nos aventemos a encontrarnos con lo que nos gusta y lo que no nos gusta, con el bien y el mal que radican dentro de nosotros mismos. Como expresé anteriormente, es necesario que aceptemos la tristeza y felicidad, egoísmo y dadiva, ira y laisser faire, pasivismo y activismo. De esta manera quizás podamos acercarnos un poco más a vivir de forma plena; siendo y estando en cada momento.

Ahora bien, aunque el propósito anterior puede no ser el fin último de nuestra existencia física, creo en lo personal que al menos da un poco de sentido al todo. De igual forma, es probable que ello coadyuve a vivir en sociedad y compartiendo nuestro ser. Es decir, con el ideal de poder amar y ser amado, ofrecer y obtener felicidad, reír y llorar a gusto, vivir y morir sin arrepentimientos. En la medida en la que logremos liberar nuestra alma, podremos convivir con otras almas que están dispuestas a gozar y padecer con nosotros. Ello no significa (tampoco) que nuestra meta deba ser el vivir para los demás o vivir en comunidad, pero de alguna manera dará valor a nuestra existencia lo que logremos hacer de nosotros mismos y lo que alcancemos a hacer por los demás ¿no?

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