Un Segundo

Al escuchar The Last Man de Clint Mansell, en una tarde nublada con un frío que llega hasta el fondo del corazón, con unos violines recorriendo mi sangre, recordé el sueño de anoche. Anoche, en el sueño, dormido entre los pensamientos que mi subconsciente disparaba contra mí mismo. Estaba dormido en mi cama, recostado boca arriba. Yo sabía que estaba temblando pero no podía abrir los ojos. Cuando después de harto intentarlo lo logré, no podía levantarme de mi cama. En el medio de una noche con luz de luna observaba el techo sobre mí sin poder mover un músculo. Ni mis brazos ni mis piernas funcionaban y la desesperación de estar acostado en medio de un terremoto colmaba todo mi ser. ¿Quedaría muerto entre pedazos de cemento o podría vivir para contarla? Mi consternación de tener que huir y no poder mover un músculo me hacía sentir inútil. Mi frustración de tener todo el entusiasmo de querer hacer algo y no lograrlo me ahogaba en lagrimas que recorrían mis mejillas sin cesar en un silencio abrumador.

Hace algunos días leí un cuento que hicimos juntos mi amigo E. y yo. La velada fue maravillosa, pues me hizo recordar los temores y los sentimientos que habitaban en mi cabeza hace algunos años. La constante interrogante de si he madurado o superado ciertas partes de mi mismo y la imposibilidad de saber a dónde me dirijo me dan hoy más fuerza.

Hace dos días, mientras me encontraba en mi espacio de meditación, comenzaron a escurrir lágrimas de mis ojos. Aunque intenté no darle mayor importancia, tuve que sonreír. Por algunos momentos logré ver todo lo que sucedía a mí alrededor sin mayor entendimiento de nada que el observar con detenimiento el segundo que transcurría. Un segundo después, estaba sentado en un bar tomando una cerveza.

La diferencia entre la primera parte de esta entrada y la segunda, como es evidente al lector, es la voluntad de dejarse llevar por el momento y de ser.

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