
Estoy durmiendo…
Más de los que tus ojos pueden ver
Cedió muy rápido. Torció la mano y dejó que hicieran lo que tenían que hacer. Lo que habían ya planeado. Las ventajas para ellos eran en realidad pocas. Un caso más. Lleno de misterio. La satisfacción de lograr lo que su cerrada mente propone. Él, por su parte, como ya decía, cedió muy rápido. Para mi gusto tenía mucho por luchar. Había una remuneración económica de por medio. Hubo mucho tiempo invertido en la tarea, a lo largo de un año. Lo más importante, sin embargo, es sin duda la ética académica de la labor. El trabajo, aunque escaso e inconstante, era de él. Se lo robaron. Se lo quitaron. Lo usurparon. Lo grave del caso es la amenaza que va de por medio. Al niño le quitan su paleta pero acto seguido se le gritonea de no llorar, de caso contrario, se le corre de la casa. La potencialidad de lo que se puede perder es mayor de lo que ya ha perdido.
En mi caso, la ansiedad me carcome en principio. Me doy cuenta del origen y veo que no es mi lucha. Estoy acostumbrado a meter mi cuchara por interés. Sobre todo porque me importa que se haga lo justo y lo merecido. Me doy cuenta de que aquí, si él no desea luchar, no hay nada que yo pueda hacer. Es más, la potencialidad de incitar a la revolución podría terminar afectándome más a mí que la ansiedad que en un principió sentí.
Yo gané. Considero que a lo largo de los años, mis capacidades de negociación y confrontación se han ido agudizando. Me reconforta el poder observar las cosas de forma fría. Detener mis impulsos y permanecer sereno. Me gusta poder aplicar metodología a mis acciones pudiendo de antemano proyectar las consecuencias esperadas y tener una expectativa en cuanto a los resultados. El caso en particular fue tratado de forma correcta. Hablé cuando tenía que hablar. Me enojé. Me callé cuando tenía que hacerlo así. Mi posición inicialmente fue menos diez mil del águila. Hoy gané mi cometido y me encuentro son status quo en apariencia. Mis mínimos por alcanzar en la negociación –indirecta– son los proyectados. Además, hay ganancias comunitarias que se observarán en el corto, mediano y largo plazo. Después del caso, el tema dejó de ser tabú y hoy se homogeneíza la irregularidad y laguna que existía en el tema.
¿Qué perdí? Porque hasta cuando ganamos perdemos algo. Mi serenidad por un momento u otro. Un poco de tiempo. La sonrisa que se había ganado este o aquél. Perdí el pedestal en el que lo ponía. Resulta que el idealista cuando vio su mano torcida en la coyuntura dejó todo argumento. Recortó la melena con la que usualmente se pavonea. Dejó que el silencio hablara. El que calla otorga. Me defraudé y por eso me sentí ansioso. Porque hoy dudo un poco más que ayer que los principios del mundo moderno sean válidos. Quizás sean correctos. Ello no significa que quien los genera tenga el valor de defenderlos. A pesar de las consecuencias que pueda proyectar. No importa si son buenas o malas. No importa. No importa la lucha. No importa el otro. A veces no importo ni yo.
En el mundo egocéntrico en el que vivimos, las luchas se caen y desvanecen diariamente. Vivimos en un globo coloreado de ideales. Pocos de ellos fundamentados. Muchos de ellos decadentes. En la postmodernidad, la necesidad de héroes es evidente. Es natural. Cuando lo justo se corrompe en cada esquina. Cuando los preparatorianos son los más intolerantes. Cuando el nivel de educación es bajo y la televisión es una herramienta para manejar a las masas. Cuando los defensores del bien hacen el mal. Cuando se divide el camión en espacios para mujeres en vez de defender la equidad. Cuando las carreras universitarias no son catalizadores y espacios de entrenamiento sino obstáculos y esquiladores de la energía juvenil.■ Cuatro de cada 10 de los encuestados no aceptarían tener a un indígena de compañero
■ Casi 53% de los consultados rechazan convivir con estudiantes homosexuales
■ Acepta la SEP que entre sus tareas pendientes está erradicar la intransigencia entre los jóvenes
La encuesta se aplicó a 13 mil 104 estudiantes de entre 15 y 19 años.
Alrededor de 54 por ciento de los estudiantes de las preparatorias públicas de México manifestaron que no les gustaría compartir clases con compañeros enfermos de sida, mientras que 52.8 por ciento desaprobaron convivir con alumnos homosexuales, y 51.1 por ciento con discapacitados.
Además, cuatro de cada 10 estudiantes de ese nivel educativo no aceptarían tener un compañero indígena, ni tampoco de ideas políticas diferentes o religión distinta.
Tales revelaciones son resultado de la primera Encuesta Nacional de Exclusión, Tolerancia y Violencia en Escuelas Públicas de Nivel Medio Superior, realizada por el Instituto Nacional de Salud Pública.
La encuesta se aplicó a 13 mil 104 estudiantes de 15 a 19 años de edad inscritos en las preparatorias de los subsistemas federales, estatales y autónomos.
Corrí hacia abajo, en la planta inferior había un gato en la ventana. Sentado, observaba el paisaje como si nada hubiese sucedido. Afuera, me percaté de la presencia de tres personas mayores. Tres viejitos, uno con bastón y otra pareja platicando. En un primer momento sentí pánico de saber que quizás ellos estaban muertos en realidad. No me importó y caminé hacia ellos, pues la curiosidad me mataba. Digamos que la curiosidad mató también al gato porque el animal desaparecido en ese momento. Me acerqué y noté que estaban vivos. Que tenían problemas para moverse pero que ello era sólo parte de su edad, algo que me resultó natural. En torno a ellos todo era verde, el pasto, el cielo, había pájaros que volaban y que cantaban. Noté incluso un árbol de limas atrás del primer viejito a quien hice señas de que se acercara hacía mí. Él, con las dificultades antes mencionadas, caminó lentamente en mi dirección y me observó con cautela. Le expliqué primero con harta premura la urgencia que había porque se moviera él y sus compañeros hacia adentro de la casa. El desastre estaba por llegar. La prisa en mis pensamientos y en mi preocupación evitó que hablara con dicción y que se me entendiera lo que buscaba expresar. Me vio con cara de estupefacto y me comprendí que quería que repitiera lo que había dicho. La viejita y el viejito que permanecían aún en un segundo plano comenzaban ya a moverse hacia mí para entender por qué estaba yo tan espantado. Repetí, esta vez calmado y con paciencia, lo que sucedería si no se movían. La radiación era, claramente mi preocupación permanente. Una vez que mi mensaje se transmitió, ello me dijeron que no importaba. Me explicaron que estaban ya muy viejos para la preocupación y para correr. Me preocupé y los vi con tristeza. ¿Había algo que pudiese yo hacer?
Desperté abruptamente y vi por la ventana. La cortina estaba cerrada y detrás de ella brillaba el sol. Los pájaros cantaban detrás del todo. Lo primero que vino a mi mente fue “que alivio que no tengo premoniciones, aún”.
Yo soy de los que creen que la paraestatal vería beneficios de una inversión por parte de la industria privada (ello no quiere decir la privatización de ésta). Recordemos el caso brasileiro de Petrobras que nos ilumina con la infinidad de posibilidades que una empresa petrolera puede hacer en el marco de América Latina.
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